INSTITUTO ARJUNA

jueves, 23 de junio de 2016

HABIA UNA VEZ
Había una vez, un pueblo muy triste, todos estaban tristes, los abuelitos estaban tristes. Los papás estaban tristes, las mamás estaban tristes, pero lo más triste era que todos los niñitos estaban tristes, no los dejaban bailar y cantar al ritmo de las murgas.
Saben por qué? Porque en ese pueblo gobernaba un dictador duro como el cemento. Según él todo tenía que estar en el lugar que a él le gustaba, Ninguna hoja podía ser distinta de las demás.
Tenía una flota de empleados emprolijadores que le ordenaban sus cosas todas las horas.
En sus escritorios de caoba lustrado lucían fotos del Guasón y Gatubela, sus héroes favoritos.
Malo como la peste, todas las mañanas se despertaba pensando a quién hacerle daño.
Dios que todo lo ve y lo siente quiso corregirlo y mando a la tierra al “Duende de las Medias Impares”, famoso porque siempre roba un soquete y se lo lleva a su morada.
El Duende de las Medias Impares se instaló de lleno en el palacio del dictador y empezó su trabajo.
Al principio el villano no se dio cuenta que siempre le faltaba una media, después mandó comprar cien más, luego doscientas. Pero siempre le faltaba una, desesperado empezó a musitar palabras sin sentido, a decretar cosas inverosímiles hasta que sus colaboradores se dieron cuenta y llamaron al psicólogo más famoso del mundo para que lo revisara.
Después de un prolongado estudio el eminente científico declaró que el pobre hombre había tenido una infancia muy molesta y que cada vez que lloraba, los padres le regalaban monedas de oro y nada más.
Dios que es tan bueno y generoso envió a palacio a Piñón Fijo, junto con Manuelita que le cantaron y le hicieron ver la vida de otra manera.
Entonces el pobre hombre quitó las armas letales a su tropa, les hizo pasar una larga temporada en las termas, perfumarse con agua de rosas.
Y nombró a Piñón Fijo general en jefe y a Manuelita ministra de seguridad.
En ese pueblo volvió la felicidad y todos contentos iban a ver desfilar a los soldados que cantaban ellos también muy contentos; Chu chua hua hua

Y Manuelita llevaba a los niños disfrazados a bailar a Pehuajó.

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